jueves, 28 de junio de 2012

La maldición de Coapa


Eran las cuatro de la tarde del 17 de junio de 1970. Un rezo tejido en náhuatl emergió del subsuelo de Coapa tras cinco siglos de silencio hecho piedra. El “nido de culebras” estalló en mil efluvios de ponzoña serpentina y la maldición se esparció por los laberintos de Tlalpan, allá en las lindes de la antigua Tenochtitlán. El embrujo reptó y buscó un recipiente: la Alemania Federal de Maier, Beckenbauer y Vogts saltaba a la plancha del Estadio Azteca. Del otro lado se plantaba Italia, eran las semifinales de México 70.

En el cine, un Clark Gable tamaulipeco de apellido Garcés, echaba a andar sus concupiscencias disfrazado detrás de un gazné morado en Modisto de señoras. Eran los días del último pataleo de Díaz Ordaz; Luis Echeverría hacía campaña escoltado por Halcones (aunque él lo siga negando); al monero Rius le ponían el revólver gubernamental en la cabeza; y El apando de Revueltas vociferaba verdades. Pero como en la tele pasaban Silvia y Enrique, y también Chabelo (que ya existía), no había riesgo. Lo que sí había era Mundial.

Calcio nuovo
A Italia a veces le da por alterar atavíos. Pero en el Estadio Nacional de Varsovia los dos ejércitos se formaron con la misma combinación de uniformes de hace 42 años. Die Mannschaft a blanco, negro, blanco: sobria, pragmática. La Squadra en azul, blanco, azul: el legendario azzurro de la Casa de Saboya.

La maquinaria germana se activó rápido. Pero sus dos rebotes en el área chica agudizaron a una Italia que se defiende a dentelladas. “Avanti, bersaglieri che la vittoria é nostra”: prorrumpió el ladrido que salió de las fauces de la lupa capitolina allá en Roma. Y sí. Antonio Cassano, originario de Bari pero con escuela romana, descolgó, pintó un Caravaggio con los pies y centró alto. Mario Balotelli, ese siciliano de linaje ghanés, voló y la prendió con la frente.

Alemania intentó reincorporarse con todo y fanfarria de Strauss, pero dos daños estaban hechos: su soberbia y la inusitada reinvención que el calcio italiano fraguaba. Como extraída de los manuscritos de Da Vinci, la estrategia italiana se pleantea, apenas, con la complejidad del Hombre de Vitruvio: un catenaccio retráctil que, cerrado, aguijonea con las barridas míticas de Faccheti, Baresi y Maldini; pero una vez abierta la bocaza de la ballena de Pinocho, los carabinieri salen expulsados con todo el ímpetu imperial romano a velocidad Ferrari.

Las extremidades pontificias de Gianliugi Buffon dibujaban Las tribulaciones del joven Werther en los rostros alemanes. Y cuando el cancerbero toscano sonreía, teatral y sardónico como dirigido por Fellini, Riccardo Montolivo lanzó un proyectil que incitó aún más la sonrisa de su capitano. Balotelli recibió, rompió líneas y acribilló. El segundo gol italiano resonó hasta el occidente africano. A Manuel Neuer no lo calentaban ni las aguas del Golfo de Guinea. Lukas Podolski no entendió la magnitud del conflicto y, solo, trastabilló con el balón. El panorama alemán se antojaba tan sombrío como la “Tocata y fuga en Re menor” de Bach.


Partita del Secolo o el embrujo de la víbora pétrea: Dossier  
Los antecedentes de un partido con esta carga clásica no se pueden limitar a la Euro, donde sólo hay dos empates: 1 a 1 en Düsseldorf (1988) y 0 a 0 en el Old Trafford (1996). Toca exhumar los archivos de Copa del Mundo.

El 4 a 3 de la semifinal en el Estadio Azteca está almacenado históricamente como “El Partido del Siglo”. Si un día las civilizaciones extraterrestres desean comprender al futbol, tendrán que apoltronarse a LEER ese partido de 120 minutos y siete goles (cinco en la prórroga). Las imágenes de esa tarde pueblan la pinacoteca futbolística: el cabestrillo punzante en el hombro dislocado de un Beckenbauer que nunca pidió cambio; el gol definitivo de Gianni Rivera y su grito hasta Piamonte; el silbatazo final que vio desplomarse a los veintidós en el campo de batalla, hechos pedazos. No hubo festejos. Ganaron los 102,444 que abarrotaron el graderío de Coapa y fueron testigos de la epopeya mundialista por antonomasia. Era 1970 y Yoko Ono -en el argot diplomático- se consagraba como “prurito desestabilizador” de los Beatles.

La euforia de Marco Tardelli en un Santiago Bernabéu de 1982 con la Copa del Mundo en brazos, como un hijo; Cannavaro y la Nazionale al lomo para dejar tendida a la Alemania anfitriona de 2006 en Dortumund: son episodios que completan los cascabeleos sobrecogedores que se narran con lengua bífida de serpiente tenochca.


La divina comedia
En el segundo capítulo, poco le iba a servir a Joachim Löw, el hombre que rejuveneció a Die Nationalelf, liberar del banquillo a un viejo lobo de origen polaco que se llama Miroslav Klose, con todo y su desfilar por la Lazio romana. Buffon seguía siendo un guardia etrusco y la Squadra Azzurra era incisiva al frente. Pero perdonó. El cincel de Miguel Ángel terminaba por romperle la nariz a la madonna que tan bien iba esculpiendo. La ira de Buffon hacía efervescencia: un derribado en su área y penal. A cobrar Mesut Özil, ese elemento de la diáspora turco-serbo-croata que ha multiplicado el mosaico alemán. Pelota dentro: los siguientes dos minutos serían un descenso al infierno para los tifosi que se arremolinaban en el Panteón de Agripa. Tranquilos, que cuando se baja al averno con Virgilio, ¿qué puede ir mal?.

El silbatazo final le dio pauta al descorche de Nero d’Avola. La saga de Varsovia está consumada y el mancillado Mercedes-Benz no entiende por dónde llegó la embestida. Pero a pesar de La dolce vita que burbujea por toda Italia, Buffon abandonó la cancha iracundo, hecho un demonio que lanzaba flamígeros improperios a la noche varsoviana. “Molto contrariato. Infuriato” decía la transmisión de RAI. Al capitán no le gustó nada cómo los azzurri bajaron la guardia en el último suspiro.

Marlene y Angela
El papel rosado de La Gazzetta dello Sport lanzó su encabezado: “Strepitosa esibizione degli azzurri che battono 2-1 la Germania. Domenica finale con la Spagna”. Habemus final: Italia y España a romperse la armadura en Kiev. El continente vuelca la mirada a la capital ucraniana, al mismo tiempo que Madrid y Roma paran en seco a Berlín en plena urgencia económica de la Unión Europea. Rajoy y Monti hacen cuentas y sudan frío, mientras que la férrea Angela Merkel los observa, negando con la cabeza.

La indómita señora de Hamburgo quizá concluye en que ‘afortunado en el juego, desafortunado en los dineros’. Luego se retira a sus aposentos con vista al Reichstag. Se sirve una cerveza y su sistema de audio comienza a emitir, con textura de vitrola, la escarpada voz de Marlene Dietrich. La Wiezen espumea y la rugosa “Lili Marleen” evoca al melancólico cigarrillo de la bella Marlene. La canciller escucha con la mirada perdida. Luego la da un sorbo a su vaso y esboza una sonrisa amplia, amplia.  

      

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