Quizá no son tiempos de jolgorio. Aquí en la
alcantarilla lo sabemos bien. El sombrío 1.0909 de porcentaje del Atlante en tabla
de descenso es contundente. Y a pesar de la recién obtenida permanencia, es
menester repeinar las crines de este potro y apretar caballerías. Pero hoy no
toca despotricar. Hace 97 años, en la esquina de Sinaloa y Valladolid, allá en
el barrio viejo de la Condesa, nacía una cuadrilla vertebral para el folclor
futbolero nacional.
Era 1916 y Pancho Villa le prendía lumbre al
meridión gringo. Del otro lado del Atlántico, las vísceras de Europa palpitaban
en forma de trincheras. Las crónicas de esa Gran Guerra Mundial llegaban a México
en forma impresa y eran engullidas en aquella esquina de la Condesa. Luego de
llamarse “Sinaloa” y “Lusitania”, aquel grupo de trabajadores que peloteaban en
el núcleo de la ciudad de México optó por “U-53” en honor a cierto submarino
alemán de letales zambullidas. Pero las epopeyas oceánicas del conflicto
trascendieron al imaginario: “Atlante” será, pues. Recargados en la dupla de
los hermanos Rosas o la picardía tacubayera de “El Trompo” Carreño, el Atlante
pronto comenzaría a enhebrar su historia. Se trata de una historia que, más
allá de descensos, mudanzas y diáspora de afición, sabe permanecer.
Permanece aquel primer título de la 46-47. Eran
tiempos de Jorge Negrete, Pedro Infante y Tin-Tan. Mientras Miguel Alemán y
Harry Truman discutían con fiebre aftosa, la Félix levantaba una ceja
aprobatoria ante las florituras con las que Horacio Casarín hacía campeonar a
los Potros. Probablemente, detrás del piano, los celos de Agustín se asomaban
inclementes. El Atlante le puso un mambo de Pérez Prado al León y, en tiempos
de Nosotros los pobres y Los tres García, se consolidaba como el Equipo del
Pueblo.
Permanece aquel campeonato en Monterrey. En
tiempos de aires tan hostiles como los “Zapatos viejos” de la Trevi o el
“Vuela, vuela” de Magneto, el fuelle equino de aquel 1993 daba cátedra de
galope azulgrana. La estampida era de alto caballaje: un centinela llamado
Félix Fernández; la guardia pretoriana de Miguel Herrera y Raúl Gutiérrez; la
arquitectura de José Guadalupe Cruz y Wilson Graniolatti; la artillería de Luis
Miguel Salvador y Daniel Guzmán… todo dibujado en la pizarra de La Volpe. Esa
tarde el Atlante dictó futbol en el Tecnológico. En un arranque inusitado de
Juego Limpio, hasta los locales se cuadraron con aplauso firme.
Permanece el éxodo a la Riviera. En su primera
campaña por Cancún, la brisa del Caribe reestructuró las revoluciones pulmonares
del potro metálico. La sobredosis de oxígeno que sobrevoló por el Andrés
Quintana Roo trajo el tercer título en 2007. Si Federico Vilar fue el
cancerbero guardián de la casa azulgrana, Giancarlo Maldonado era el encargado
de repartir la munición. Tras una campaña feroz, el Atlante de José Guadalupe
Cruz pulió su fortaleza de mangle para recibir a Pumas. La emboscada triunfó. Y
el potro galopó por toda la línea costera.
Permanece eso y más. Desde la alcantarilla,
felicitamos al club en sus 97 primaveras. Especialmente, a una selecta afición
que no apoya; profesa.