jueves, 26 de julio de 2012

La sonrisa de Lewinsky. El eterno y surcoreano "no pasarán", en fangos de Gascoigne



Espeso como él solo, el cero a cero deambula fantasmagórico entre las tabernas adyacentes al St. James’ Park. Por una almena del castillo de Newcastle upon Tyne se asomó un Cherokee sin mapa que prorrumpió en carcajadas que espantan. Hace dieciséis años, la Sub-23 de Carlos De los Cobos llegó al meridión gabacho para estamparse en ceros contra una Corea del Sur que emergió de los Apalaches. Eran los Olímpicos de Atlanta y un país se devaneaba en los contoneos del Clinton-Lewsinky Affair, al mismo tiempo que Tom Hanks pilotaba el Apolo 13.  

Maldito seas, Champion Hill
La mala pata de hechicería oriental se remonta, precisamente, a Londres. Fue en las Olimpiadas del 48 cuando la estampida surcoreana le metió cinco patines voladores a México. Desde la banca, un portero suplente de 19 años se apretaba los puños desnudos. Se llamaba Antonio… “Tota” para los amigos. Por aquellos días, la República de Corea era un país “nuevo” con línea directa a Washington y un vecino del norte que hablaba en ruso con acento nuclear. El espeluznante 5 a 3 supo terrible en ese diminuto estadio llamado Champion Hill, elemento del paisaje gris que ahumaba el sur londinense. En ese distrito de East Dulwich aún yacían fragmentos de cohete V2 y bombarderos caza, cortesía del Blitz alemán. Y en los patios de las primarias mexicanas, los niños jugaban a ‘Las batallas en el desierto’.

El códice roto (o el poste trémulo)
Con el característico combustible asiático, Corea del Sur quiso cansar a la cuadrilla de Tena desde el inicio. Es cuando el fuelle que otorga el potaje hecho en Seúl pretende apaciguar a un equipo latino que se asume más atrevido. Y sí. Una vez que dominó el prado del Newcastle United con la soltura con que se recorre el Mar Amarillo, la línea surcoreana se estiró con voltaje felino y enseñó un diente.

El asunto se empezó a enlodar. Es natural en una cancha cuyo mediocampo fue patrullado alguna vez por Paul Gascoigne: la zanja es invisible, pero te ha de cimbrar en un estadio de 120 años. Ki Sung-Yueng, muchacho del Celtic, jaló el gatillo y los nervios de Corona se crisparon al fin. La maquinita se echó pa’l frente y fue Javier Aquino el que atacó. Oribe, calladito. El despliegue reactivó a los guerreros del Taeguk y si algo salvó a México, fue la mala puntería del otro.

Con gafas de grosor macabro, la central coreana descifró el códice y Giovani tuvo que entrar para solventar el libreto. Oribe, guardadito. El ataque se refrescó en dos patadas, pero ninguna quebró el hechizo. En el último suspiro, Jiménez dejó el poste trémulo y la venganza de El Pireo en 2004 no se logró consumar. Futbol olímpico y surcoreanos nomás no cooperan. El examen salió barato. De aquí al domingo a entrecerrar un ojo y esperar que el golpe sea reversible en Coventry. Ay, Gabón.  

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